La Tribuna de Ciudad Real. Viernes, 21 de julio de 2000

 

José Luis Pastor, “No hay

 

color”

 

JOSÉ LUÍS LOARCE

 

 

Como en otros géneros de las artes, debutar en Madrid tiene un componente alto de riesgo y responsabilidad. Sin connotación alguna de frivolidad, la capital del país sigue siendo el primer escaparate de la pintura y todavía la plaza fuerte de referencia. Lo es de igual modo para quien apueste por ese nuevo nombre, en este caso su galerista y marchante, al frente de una sala de prestigio incluso internacional como es Fúcares, que desde mediados de los años noventa ha confiado en José Luis Pastor, circunstancialmente Barcelonés de 1971 pero natural y habitante de Almagro, aunque desde el año pasado vive en Madrid gracias a una beca de la Residencia de Estudiantes, y antes se licenció en Bellas Artes en Cuenca.

No es sin embargo del todo desconocida en Madrid la pintura de Pastor, ya que los aficionados han podido ver aspectos parciales de su trabajo en las cuatro últimas ediciones de ARCO, desde el 97. Y algún anticipo de esta primera individual, en ARCO de febrero último.

Para el aficionado de la provincia es aún menos desconocido, gracias a las dos individuales de Fúcares-Almagro en el 96 y 99, aparte colectivas de esta misma sala, y no pocos primeros premios en concursos de ámbito local. Y estos días surge en una faceta insospechada, como autor de la escenografía para el concierto de los cantaores Menese y Ginesa Ortega sobre Calderón y el flamenco, programado por el Festival de Teatro Clásico de Almagro. Sin duda es uno de nuestros jóvenes artistas con proyección y un cierto bagaje en su haber, al que su salto a Madrid –como él mismo confiesa- ha supuesto a su vez un salto cualitativo en sus concepciones vitales y artísticas, superando el ligero adormecimiento provinciano que, pese al indudable interés, parecía adolecer su pintura.

Una carrera corta la suya, si la comparamos con currículos de otros pintores de su edad, pero bastante coherente en cuanto a su configuración visual. Desde que nos fue enseñada públicamente su obra siempre determinó en la misma una fuerte fijación por el fenómeno icónico como acontecimiento autónomo, descontextualizando las formas convencionales y cotidianas que surgían en papeles y pinturas, operando una suerte de “desrealidad” empírica. A partir de una captación mecánica por medio de la fotografía, lo que “enfriaba” de entrada ese choque con lo real (aunque pudiera creerse lo contrario), Pastor acometía un peculiar tratamiento de la imagen como negativo y sombra, en un procedimiento del que todavía se vale en la actualidad si bien llevado a nuevas circunstancias.

Una de ellas, y de las más importantes, la idea del movimiento, de la itinerancia física. Otra, y consecuencia de la anterior, el sentido de narración sincopada, de argumentalidad fragmentada, troceada como la misma realidad pintada. Las anteriores series sobre cruces de carreteras nocturnas ó torretas de luz como estatuas mineralizadas, donde parecía que el signo y solo signo protagonizaba en su totalidad la pintura, ya debieron prevenirnos de la posterior deriva viajera en la obra de Pastor.

En la exposición “Suite Madrid” del año pasado en Almagro nos contaba a su modo la gran urbe, llevándola al terreno propicio de los contrastes lumínicos, la sorpresa irónica, la perplejidad de lo desbordante, antecedente del ciclo, por título “Más rabia que nunca”, que cierra ahora la temporada en Fúcares-Madrid.

Esa urbe moderna, rutilante pero despiadada, lujosa y cruel, esplendorosa y truncada por el acontecer de sus días y sus gentes, es contada aquí sin guiños ni tópicos. Pese a que el título parece conducirnos casi al neorrealismo ó al semillero de la pintura social, lo que manifiesta su pintura es lo contradictorio, difuso y fragmentado de la realidad, las calles menos céntricas, los bares de currantes, las tapias con grafittis, las tiendas de la gente corriente, los luminosos publicitarios…Y muy poco color. Y cuando aparece es frío y agrio, ¿irreal?. “No hay color” denomina a uno de sus más enigmáticos y mejores cuadros.

Dureza monocromática, desenfoque, ilegibilidad que traduce en definitiva la monocromía, desenfoque e ilegibilidad de lo mirado. Mirada poética ensuciada por lo mirado, traspasada por la fisicidad de lo real. En suma, de nuevo en presencia de la desmaterialización conceptual de la pintura, en paralelo al deshabitable mobiliario moral del tiempo que nos tocó vivir.  

 

 

 

 

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© JOSÉ LUIS PASTOR CALLE