LAPIZ 152

 

Revista Internacional de Arte

 

Año XVIII. España

 

 

 

EXPOSICIONES

 

 

           JOSÉ LUÍS PASTOR

 

 

JOSÉ LUIS LOARCE

 

El impacto de la urbe, la relación amor-odio entre el artista moderno y la gran ciudad, la conmoción que produce el fenómeno urbano como elemento de fractura social y de quiebra de evolución antropológica han sido una constante en todas las formas de la cultura occidental durante bastantes décadas. De la metrópolis convulsa de Grosz al Futurismo, del Cubismo a Léger, del neoplasticismo a los conceptuales más últimos, todas las vanguardias se nutren –unas veces como referente directo, otras metafóricamente o de manera más indirecta, desde los más diversos enfoques- de un universo urbano y cosmopolita, mestizo, algo deshilachado, fronterizo...Incluso cuando el siglo XX se despide y el arte parece haberse preguntado todo y haber explorado todas las vías expresivas, todavía hay nuevos autores, desprejuiciados de originalidades argumentales pero conscientes del terreno roturado que pisan, y con capacidad de sorpresa suficiente, para contarnos en imágenes reconocibles su particular peripecia moral, su trayecto por la corteza y las tripas que afloran casi a la superficie de la urbe.

 

Es lo que viene a ocurrir con la pintura de José Luis pastor (Barcelona, 1971), autor formado en la Facultad de Bellas Artes de Cuenca, que realiza con ésta su segunda individual, ambas en el pueblo donde reside. Pintor por tanto casi desconocido, aunque pudo verse su obra en la última edición de Arco, en cuyo trabajo anterior mantuvo siempre una actitud de frío distanciamiento con la imagen como arquetipo formal, que contemplaba a modo de inventario industrial de siluetas. Ahora comprobamos que ha superado su anterior utillería objetual de carácter cotidiano y doméstico y muestra, sin esconderse, el registro personal de un territorio urbano conocido y codificado que ha rotulado bajo el epígrafe de Suite Madrid.

 

Una serie en apariencia trivial pero muy marcada por todos los elementos iconográficos que articulan nuestro entorno habitual. El mobiliario moral de la modernidad, la crisis de la civilización urbana, los paraje de luces y sombras que señalizan la gran urbe, la aceleración y el sentido de la velocidad que definen los ritmos sincopados del tiempo actual son los signos figurativos fundamentales que confrontan la obra de Pastor con el simple reflejo de nuestra mirada.

 

El tono, de entrecortada secuencia cinematográfica en un expresionista blanco y negro (a excepción de tres cuadros en los que asoman rastros luminosos de color sobre espesa negrura), deviene deshumanizado –mejor deshabitado-, atravesado de una luz mineral que desertiza calles, esquinas, aparcamientos y galerías de metro, donde los contrastes de neones, anuncios y luz artificial componen un abigarrado conjunto, estridente pese a su dureza monocroma. Pintura elaborada a partir de soporte fotográfico que no oculta en ningún instante, se reclama en ese lenguaje mecánico en razón de sus propias nociones técnicas, sea el encuadre, el sentido de la composición o una variante de crónica documental y poética que atraviesa la totalidad de su recorrido, y sobre la que ha dejado sutilmente señales de un trazo manual nervioso y eléctrico como el mismo movimiento de las imágenes trasladadas.

 

Su generatriz visual operaría a modo de montaje abierto, ligeramente sincopado en cuanto a la ordenación y que viene a impactar como un golpe de luz, en función del tratamiento utilizado: el negativo de una imagen tradicional o la simulación de lo que sería una reproducción sobreexpuesta y en consecuencia saturada de luz, quemada.

 

Una mirada sorprendida ante la realidad, enigmática, más lacerante que irónica, pero que acaba siendo estilizada, convertida en ficción, aun con un grado de inestabilidad sustancial y no menos dramática dureza. Por otra parte, desde el punto de vista de una conceptualización de su método, fiel a la exigencia del menor contacto posible mano-tela y al antinomio pintura representativa versus presentación de la realidad, José Luis Pastor mantiene con decisión su propuesta, que no desciende un instante el grado de avidez y voracidad visual con el que cae sobre las imágenes, pese a cierta dispersión electiva que puede suscitar confusión pero no interés ni falta de identidad en toda la serie.

 

  

Galería Fúcares de Almagro, Ciudad Real

 

 

                   

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© JOSÉ LUIS PASTOR CALLE