ABC CULTURAL, 1 DE JULIO DE 2000

 

LAS CALLES DE PASTOR

 

 

CARMEN PALLARÉS

 

 

No son vistas urbanas sin más lo que registran los cuadros de José Luis Pastor; no son escenas de ciudad diferenciada a base de detalles, traslado fotográfico que simule pintura; no son maquinaciones de realista frustrado. El dibujo es la mancha sobre estas superficies de tela y papel, la distribución de las imágenes ocupando su espacio, teniendo en cuenta el aire, la presión y la carga entre el aplicador y los soportes; con colores ingratos que nos fuerzan a revisar la escala de gratificación de la realidad callejera; con un descarnamiento que muy eficazmente nos distancia, también, de la experiencia directa de las cosas y nos conduce a una visión interpretativa, a la elección de puntos de vista y de reflexión, tanto sobre lo que vemos en los cuadros como sobre lo que miramos en nuestra ciudad.

Todo lo dicho indica, según mi apreciación, que el autor de estos cuadros (Barcelona, 1971) hay un pintor que se aproxima al desvelamiento de su personalidad y cuya trayectoria merecerá la pena. Sus obras actuales nos ponen en la pista de un sustrato posible de las cosas en un estado de cosas que logra la peculiaridad sin tener en cuenta la armonía estética, el son de lo bellamente visible, el desconcierto, la falta de ajuste, la base de dureza, de aspereza y de fealdad a las cuales tan lamentablemente vamos acostumbrándonos. Pero no lo hace con la cargazón del realismo sucio, ni con las anteojeras de la denuncia, ni con la didáctica de las comparaciones, ni con las obviedad del aerosol inculto, desmañado y justiciero, por mucho que la exposición se titule Más rabia que nunca.

Para quienes tendemos a transformar lo ingrato, en cuadros como éstos la masa de una fábrica nos permite ensoñar con la imagen de un trasatlántico imponente, visto en contrapicado: el enfoque, la silueta, los tonos, el procedimiento y una especie de sustancia movediza de la imagen, vibrante, indefinida, propicia fogonazos visuales así; y para quienes son poseedores de la facultad de ver la realidad sin más cuando la miran, ahí tienen ese acceso a un paso de peatones subterráneo, con su pictografía, su entorno a medio construir; su muro con pintadas y su árbol esforzándose en recordarnos que no nos abandonemos a la barbaridad. No quiero terminar mi comentario sin recomendarles que se fijen en un cuadro titulado No hay color, indicativo claro de integración de imagen y concepto, y de ese “algo más” que tiene el arte, que pone a la razón lógica en su sitio porque ante el atisbo de su misterio-su secreto, si quieren-ésta nos asiste para llegar a más.   

 

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© JOSÉ LUIS PASTOR CALLE