LA CIUDAD ILEGIBLE

Texto para el catálogo de la

Exposición “Más rabia que nunca”

celebrada en la Galería Fúcares de

Madrid.

José Luis Loarce
Madrid / Ciudad Real, mayo 2000

En la todavía corta, pero ya fructífera, trayectoria plástica de José Luis Pastor me ha llamado desde el principio la atención una especial capacidad suya de fijación en el fenómeno visual como hecho autónomo; de descontextualización y desrealización empírica a partir de formas convencionales y manufacturas del entorno. Algo así como una forma de ver la realidad otra, pero que no es cuestión de posición o colocación de sujeto u objeto, sino razón de la mirada, situación interna y trabada en torno a la relación ojo-soporte, idea-distancia, fondo-figura.

Fueron los objetos del taller, el utillaje doméstico, el mobiliario, las cosas que tocamos o que nos tocan.... Lo que más a mano (a ojo) tenía. Aquello que inventarió bajo un escrutinio mecánico de luces y sombras, de efectos irreales que arrancaban de la materia algo así como una suerte de eco imaginario o magma figurativo bastante inusual. Se me antojaba un Pastor entre interiorizado e intimista, con tal grado de descompromiso con la pintura tradicional como aparentemente fría, oscura e industrial surgía su obra. Un tiempo de laboratorio técnico en el que se ejercitó a conciencia entre las negruras de las formas y las luces de un medio ruralizado y nada propicio a los desórdenes del arte.

Ese necesario desordenamiento, esa convulsión visual y personal en la que se (con) funden vida y pintura, realidad y ensoñación llegó para José Luis Pastor con la determinación de un nuevo territorio de inquietudes, de irrefrenable avituallamiento visual. Su manera de entender el hecho de la pintura, el dispositivo rabiosamente pop si queremos con que nos facturaba una imagen tras otra, el tratamiento aislante y serial de sus espectros requería del movimiento, de la velocidad. Para esa irradiación de luz, de instantaneidad imposible, de imperfecta solidez (y fundamental para explicarnos esta rabia actual) la obra de Pastor se narrativiza, como si apareciera por primera vez en el libreto de un hipotético guión la signación de exterior noche. Y no es que trucara su pintura en ilustración cinematográfica o en material icónico del género negro, tampoco se sustanciaba en narración, aunque sí afloraba un proceso de argumentalidad en la imagen. Confieso que no lo advertí entonces, en sus series de rotondas, cruces, carreteras o torretas de luz, donde todavía la diafanidad semántica de la forma no devenía en otra cosa que no fuera signo, sobre todo signo. Pero que tomó cuerpo en la "Suite Madrid", título de la exposición del año pasado en Almagro, que certifica el nuevo Pastor, antecedente inmediato del que aparece ahora en solitario, en este Madrid de cuyo cruce brutal surge con "Más rabia que nunca".

Un reto del que no era fácil salir, porque podía hacer presa inmediata en su pintura hasta hacerla trizas de tópicos y anecdotario, de cosmopolitismo de tres al cuarto y aliños al uso. Sin embargo ha continuado con una manera suya de pisar el terreno, al tiempo que fue pregnando la obra de nuevas formas, sin dejar la base fotográfica como primera aproximación de la que no puede desprenderse (su generación es la del cómic, se confiesa voraz lector, de la fotografía, del cine). La gran urbe moderna, paradigma de la sociedad occidental de la opulencia, le suministra por toneladas los signos de que se nutre su pintura, la urbe que exterioriza, que grita o susurra lo que siente, que escribe sus lamentos, sus triunfos y sus miserias en la manera de concebir los edificios, de adentrarse como escondida bajo tierra o en proclamar una épica (tragedia en el fondo) en forma de luminosos y verdes coliseos futbolísticos. Si en la citada Suite eran arterias urbanas más céntricas y rutilantes las primeras capas levantadas, en este momento empieza a leer nuevos estratos de la gran ciudad, como si al distanciarse físicamente del centro la contradicción y la sorpresa rompiera lo demasiado lineal. La obra que da título a la exposición, tratada como imagen en negativo, mágica solarización de sombras, nos podría llevar a presencia de una pintura social, de talante reivindicativo y en la que el autor se pone de parte de uno de sus personajes hasta ser zarandeado por esa realidad, pero J.L. Pastor consigue que esa parte de lo real adquiera sólo entidad parcial (fragmentada, difusa, transformada) de realidad. Sale a la superficie en el texto de esa pintada, como salen los luminosos publicitarios de Revelado en 1 hora, el edén que prometen las Casas en la playa o el Desayuno a la carta.

Contradicciones que se impresionan fotográficamente y cobran una pátina sin nitidez, de una singular dureza monocromática o de un color electrónico, irreal, antipictórico. Ilegibilidad que traduce la ilegibilidad misma de lo mirado. Mirada visualmente ensuciada por lo mirado. Sombra con sinónimo de frío fogonazo poético. Desposesión de la luz frente a una realidad triturada de realidad. Estilización de lo inestable, móvil e inconcluso. Relato truncado de lo repletamente vacío. No hay color titula uno de sus más enigmáticos e ilustrativos cuadros.

Lo cierto es que sin ser la crónica de asuntos más o menos ajenos, más o menos vinculantes, en esta distanciada rebeldía de José Luis Pastor, y vuelvo otra vez al epígrafe, habitamos de una parte un cierto mobiliario moral, y de otra unos parajes de luces y sombras que se recortan como nuestras propias siluetas contra las tapias de graffitis, singularizando la desmaterialización de la pintura, de cualquier tipo de fenómeno de representación pictórica de la realidad.

 

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© JOSÉ LUIS PASTOR CALLE