DIARIO LA TRIBUNA DE

 

CIUDAD REAL  17/01/02. Jueves

 

 

PASTOR, OSCURA “EDAD

 

DE ORO”

 

 

 

Crítica de Arte José Luis Loarce.

 

Sigo desde el principio la trayectoria plástica de José Luis Pastor y debo señalar de entrada que su nombre figura entre lo más relevante de la nómina última de nuestros pintores jóvenes. Nacido en Barcelona 1971 pero Almagreño de origen y de actual residencia, licenciado en Bellas Artes de Cuenca, con temporadas en Madrid gracias a becas de la Casa de Velázquez y la Residencia de Estudiantes, Pastor ha hecho toda su carrera como pintor de la mano de la Galería Fúcares, sala donde debutó en solitario en 1996 y ha hecho ya, con la presente, cuatro exposiciones individuales, incluida la de Madrid hace año y medio, entre otras individuales y colectivas.

                               Además de foguearse fuera, Pastor ya es finalmente conocido en su provincia, donde estos dos o tres últimos años ha venido cosechando más de un premio en diferentes certámenes locales, entre los que puede recordarse el conseguido en una de las muestras de Unión FENOSA. Ese conocimiento ofrece en la actualidad un salto cualitativo notable merced a la individual expuesta ahora en Almagro, bajo el epígrafe “La edad de oro”.

        Un título bello y cargado de infinitas connotaciones culturales, que no sé si nace por razón de la estancia de Pastor en la Residencia de Estudiantes, el mismo lugar que pisaron Buñuel y Dalí, padres de aquella histórica película surrealista y quiere “homenajearlos” a su modo, o es fruto metafórico de esta su nueva visión de una ciudad contemporánea más contradictoria, yerma y desolada que nunca. Creo, y no he hablado en esta ocasión con el pintor, que los tiros van por esta última consideración. No en balde, el pequeño texto firmado por el pintor que nos llegó a la prensa viene precedido de una cita de la película “Blade Runner”, un clásico de culto, de alucinante y pesimista belleza, a cuya poética acudía para vislumbrar algunas ideas sobre, en palabras suyas, “la ciudad de ruina imperecedera”.

                                   El caso es que J. L. Pastor, desde la primera exposición fruto de lo que fue su impactante llegada a Madrid, que denominó “Suite Madrid”, siempre ha nombrado bien sus exposiciones. Aún siendo a veces títulos de cuadros, sí apretaban en pocas letras buena parte de su estupendo arsenal intuitivo:”La ciudad satélite”, “Más rabia que nunca”, “El mensaje en la botella”, “El mundo de las creencias” señalizaban, en gran medida, esa crónica entre conceptual, ideológica y crítica que ha sido, en mi opinión, su pintura de estos cuatro años recientes.

                                                      Elaborador de una obra con base fotográfica, nada oculta ni vergonzante en absoluto, sobre la que aplicaba diferentes técnicas aerográficas, jugando con un fuerte sentido de la polarización cromática y la dualidad negativo-positivo (constante ésta, desde que arrancó su trabajo), la inmediatez iconográfica que desprende, y a la vez demanda, su manera de trabajar, parece haber encontrado en esta formalización temática el mejor de los hilos argumentales posibles. Al punto, que pese a su juventud, podríamos hablar ya, con todas las salvedades, de un “estilo” propio, de un lenguaje que le caracteriza y confiere personalidad propia a sus cuadros. De una forma de pintar que, sin deber de etiquetar de netamente original, sí que ha hecho suya. Y de una manera de pensar críticamente sobre la realidad de su tiempo utilizando la mirada, seleccionando aquellos espacios que confieren un punto límite a los tejidos urbanos, caso por ejemplo de los aeropuertos, especialmente presente en esta exposición y que la actualidad informativa ha elevado a auténtica categoría después del 11-S.

                                          Si bien la ciudad, las ciudades en definitiva, siguen siendo objeto de atención como paradigma de la quiebra y fragmentación de la civilización contemporánea, queda bien de manifiesto en ese sentido la deriva física, y mental, que desde el centro histórico a las periferias lumpen y finalmente extra metropolitanas ha ido experimentando la focalización temática de Pastor. Además de alejarse en horizontal, distancia su mirada en vertical, observando el “sky line” en llamas de luz y nubes (“La ciudad que arde”) o verificando en otra “Hasta donde puedas mirar”, incluso transformando la historia en ruinas, caso de la Puerta de Alcalá.

                Pero también aparece un Pastor nuevo y diferente. Menos cronista y más lírico, casi onírico incluso (“Las alas del ángel”). Para mí, un tanto extraño cuando incorpora el cuadro dentro del cuadro (“Al hilo de la historia”), decididamente misterioso cuando aísla objetos o seres animados, cuando no irónico en piezas como las atracciones de feria de “El movimiento de la historia”. Atisbos, intentonas o contrapuntos en una exposición de una monocromía especialmente oscura e incómoda, tal vez la menos colorista de todas las suyas, con apenas intervalos de blancura en los lienzos y algunos ramazos de amarillo fuego. Exposición honda y trabajada, poco complaciente con nada, tragicómica y sarcástica herencia de cualquier “edad dorada”. 

 

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© JOSÉ LUIS PASTOR CALLE