TEXTO PARA EL CATÁLOGO DE LA EXPOSICIÓN:”ESCENAS DE MISTICISMO MUNDANO”. TEATRO CAMPOAMOR DE OVIEDO
BIENVENIDOS A LAS SOMBRAS DEL NUEVO TEATRO DEL MUNDO
Martín Rodríguez-Gaona
Al enfrentarnos con los cuadros que conforman Escenas de misticismo mundano de José Luis Pastor, una reacción inmediata remite a cierta extrañeza ligada al cuestionamiento de lo representado. Dicho efecto, construido en los difíciles límites que surgen entre el observador y lo observado, representa ya una constante en la obra de este artista. Pese a que los universos y los recursos a los que apele sean distintos - diferenciables en exposiciones como Suite Madrid o El mundo de las creencias por estar sólidamente cerrados sobre sí mismos- toda su pintura comparte, en proporciones similares, un aire y un resplandor inquietantes. Así, un asunto elemental pero necesario para iniciar el recorrido por estos nuevos paisajes sería preguntarnos qué es lo que estamos viendo.
En la obra reciente de José Luis Pastor se reconocen en un primer nivel seres y órganos construidos mediante arrugadas hojas de papel periódico, a los que se somete, gracias a la composición y el efecto de focos y reflejos, a una peculiar transformación. Un escrutinio desde la contemplación que termina por desvelar un entorno casi teatral. Para conseguir este clima, son empleados algunos símbolos como bombillas eléctricas o espejos, rescatados con elocuencia pese a su cotidianidad o referencialidad tradicional, y puestos en contraste con un personaje fantástico: el arquetípico “Homo periódico” que domina la muestra. De este modo, el choque entre lo ficticio y la realidad brinda a todo el conjunto de cierta aura mítica.
Escenas de misticismo mundano propone, entonces, una serie de instantáneas compuestas mediante la luz y el ilusionismo, dedicada a la exploración de la monstruosidad. Pero esta teratología está en las antípodas de lo freak o lo kitsch, aquella espectacularidad grotesca que los medios de comunicación y otros artistas han terminado por hacer inútil por trajinada o superficial. La deformidad doliente que retrata José Luis Pastor es contenida, sutil y antes conceptual que física. Quizá no sea exagerado afirmar que aquí se explora un conflicto que es más del espíritu que de la carne.
En este sentido, siendo habitante de un tiempo en que los valores trascendentes han sido una y otra vez cuestionados, la elección del papel periódico como protagonista de esta serie resulta muy sugerente. Pese a anunciar la muerte de Dios a lo largo de todo el pasado siglo, ni el propio Nietzsche consiguió renunciar a la escritura como instrumento de diálogo con lo público y como medio de proyección hacia lo sagrado. A punto de superar el papel como soporte de la lectura por los recientes cambios tecnológicos, la escenografía íntima y simbólica de José Luis Pastor incide en el vacío que se abre ante el declive de aquellos valores seguros propios del proyecto moderno ilustrado.
El gusto por el pliegue, el contraste entre línea y sombra, y la reiterada y minuciosa edificación de escenarios espectrales, contribuyen al extrañamiento que cuestiona la lectura de una actualidad pretendidamente relevante, de un mundo supuestamente abarcable y coherente, como el que promueve la prensa escrita. Aquí creemos oportuno incidir en el cambio de registro que Escenas de misticismo mundano implica en el desarrollo plástico de José Luis Pastor. Con este tratamiento simbólico, el pintor se aleja de la ciudad y la fotografía, dos de los recursos más constantes en su obra desde sus primeras exposiciones. Han quedado atrás, entonces, las prematuras ruinas de la urbe contemporánea (la ciudad deshabitada, sus edificios fríamente funcionales y sus desechos, en la línea de Edward Hopper y las fotos de la Escuela de Dusseldorf) y también aquellas máquinas que permitían un recorrido fantasmal a partir de ella (aviones, coches y trenes, estáticos o excéntricos). En esta última etapa los objetos, elaborados para la contemplación, pacientemente adquieren un significado, no pocas veces con resonancias literarias, dramáticas o poéticas (no es una casualidad, por lo tanto, la reciente incursión del artista en la publicación de poesía).
No obstante, al igual que en su obra previa, los elementos escogidos para este paso pertenecen a los aspectos menos llamativos de la cotidianidad; una opción ascética que José Luis Pastor extiende a su actual empleo de la cultura clásica, invocada sin apelar a la seducción de la belleza. La supresión del color y el trabajo del claroscuro apuntan también a una marcada sensibilidad introspectiva.
Ciertamente, estas Escenas de misticismo mundano, en su devenir estático, tienen algo de ruina y de recorrido por las zonas periféricas de lo perceptible. Quizá supongan un descenso a los vestigios del yo, en una aceptación de aquella subjetividad escindida que, pese a la imposibilidad, reiteradamente cede a la tentación del reflejo, en la búsqueda de una luz redentora en medio de la áspera penumbra. Nunca sabremos a ciencia cierta si somos luciérnagas o polillas, pero la luz nos convoca porque representa un aspecto importante de nuestra naturaleza. Si a dicha certeza adquirida en la evolución personal de José Luis Pastor se añade el desgaste y la confusión que globalmente han reducido la fe en lo comunal o lo político, la decisión del pintor parece reconocer la insuficiencia de la realidad para expresar la crisis en la que empezamos a desenvolvernos.
De este modo, en un mundo regido por simulacros, “Las lógicas de la información” son prácticamente idénticas a “Las lógicas del delirio”. Personajes como “El hombre aislado”, “Narciso ensimismado”, “Titán: Homo periódico” o “Nuevo Sísifo” son intercambiables, en su drama y soledad, en su patetismo contenido, plasmando caricaturas espectrales de un heroísmo que se reconoce aún porque su creador no se abandona al cinismo, predominante en el arte irónico y decorativo.
El más importante logro de la pintura de José Luis Pastor radica en transformar la inestabilidad en una sensación, reconocible y palpable en el aire que habita sus cuadros. El claroscuro, la luz que dibuja, difumina y crea un ambiente, se suma al empleo de la representación alegórica (la vida como escenario) y el gusto por las veladuras y los pliegues. Estos efectos, ejecutados con virtuosismo formal, son indispensables para propiciar la contemplación, un requisito que permite acceder a la melancolía que impregna todo lo retratado. Allí se esconde una intensidad en la que puede expresarse también alguna dosis de nostalgia ilustrada o religiosa.
La madurez de Escenas de misticismo mundano ofrece la continuidad de una obra que asume diversas tradiciones artísticas desde una personalidad consolidada, trabajando lecciones sutiles de maestros modernos como De Chirico o Bacon y confrontándolas con escenografías más antiguas, como las de Caravaggio. Al igual que estos creadores, José Luis Pastor reconoce que en el ocaso de lo trascendente se abre la posibilidad de otro tipo de humanidad, quizá a nuestros ojos más agónica, violenta o artificial. Por su contención, por su adscripción al esencialismo y su rechazo a lo lúdico, la sensibilidad de este pintor, siendo plenamente contemporánea, posmoderna, resulta muy cercana a ese barroco que dio muchos de los logros mejores de la pintura española.