EN EL VACÍO DE LAS

GRANDES URBES

Texto para la Exposición celebrada en la Galería

Fúcares de Madrid bajo el título:”Más rabia que

nunca”

Martín Rodríguez Gaona
Madrid 2000

La pintura de José Luis Pastor se desarrolla en las fisuras que brindan los aspectos menos heroicos de la realidad. Imágenes de una ciudad (¿Madrid? ¿En verdad Madrid?) llena de gritos silenciosos, de amenazante quietud. Esta mirada, sutil y respetuosa, no reduce el bienestar y lo funcional a meras convenciones: su recorrido nos sitúa en medio de lo que es, ante todo, un error de percepción.

Estamos frente a la peculiaridad de una pintura hábilmente concebida y compuesta, más sin protagonismo: ni el paisaje, ni el color, ni mucho menos los personajes nos distraen de una ausencia esencial. El ambiente y casi podría decirse el aire de estos cuadros envuelve con la extrañeza más corrosiva de todas: aquella que nace de lo común, de lo supuestamente familiar.

Si bien lo elementos de esta pintura son los que conforman el recorrido diario de muchos de nuestros días (esquinas, carteles, bares, el color azul del firmamento) en primera instancia nos resistimos a reconocernos en ella. La ausencia de acción o propósito en que se sumerge esta realidad confirma su lejanía y, paradójicamente, establece - al ser innegables sus referentes - una trascendencia, una extraña universalidad.

Estas imágenes son, asimismo, otra cara de la sociedad del espectáculo: quienes se encuentran entre los anónimos - quienes por definición ven y no juegan - sólo pueden desenvolverse antes o después de los acontecimientos que mañana serán noticia. Pese a todo, más que indiferencia o desconocimiento, los seres que se atisban en estos cuadros muestran estoicismo para asumir su soledad: no hay desesperación en sus gestos, ni en la mirada que los escrutina.

Con más misterio que nostalgia, quienes desenvuelven su existencia sumergidos en esa atmósfera tenue e insondable, terminan constituyendo cierta complementariedad que poderosamente retrata esta pintura. Los cuadros proyectan entre sí una continuidad que tiene también algo de letanía: los personajes - en su condición casi invisible - podrían viajar de un cuadro a otro - de la vivienda al estadio, de la avenida al bar - habiendo establecido ya un vínculo, una latencia, quizá un latido.

Y es que si las necesidades y los sueños del hombre terminan perdiéndose en la fría funcionalidad de la urbe, resurgen al menor descuido y de manera secreta en los anuncios que obviamos, en el graffiti que pasamos de largo y no vemos. Mensajes que esperan un destinatario, letra impresa que existe sin despertar deseo ni ironía. Antes del fin del día, en medio de un nuevo proyecto, una señal azul nos recordará la preponderancia de la persona frente al entorno.

Abriendo espacio para lo inesperado, el artista logra retratarse fugazmente en la mirada fantasma - desdoblada, no vacía - que se asoma a la vitrina y ve reflejada su propia marginalidad: no hay color.

La mirada de este joven pintor se hace digna de admiración por el profundo respeto con que abarca una ciudad tan invisible como presente, logrando así la proeza de sostenerse incólume y viva a través de un largo recorrido. Las escenas serán entonces paradas la precisión, señalando la dureza de lo efímero pero también los atisbos de ruptura.

Es importante la voluntad que estos escenarios encierran, aún de forma silenciosa e inconexa, de hacer hablar nuevamente a la naturaleza, de restablecer el diálogo de la ciudad con sus habitantes: los de a pie y los no anónimos, los nuevos y los de siempre.

Las imágenes de José Luis Pastor pertenecen a un tiempo detenido pero no por eso menos urgente. Mientras sean más quienes sientan el duro trabajo de transportar la nada, de las paredes brotarán un mayor número de voces para advertir: Más rabia que nunca, más rabia que nunca.

 

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© JOSÉ LUIS PASTOR CALLE